Israel,
Palestina: Cómo empezó todo
Lo
que pasa en Gaza se inició hace 66 años, cuando Israel optó por
ser un Estado judío de mayoría judía. Para ello ocupa territorios,
excluye a los palestinos y los somete a operaciones militares de
castigo.
Otro
Israel es posible, al igual que una Sudáfrica libre de apartheid fue
posible.
“Si
eres neutral ante situaciones de injusticia, has elegido el lado del
opresor” (Desmond
Tutu)
Cómo
empezó todo, preguntan algunos estos días. Esto, lo que está
ocurriendo en Gaza, se inició hace mucho tiempo. Comenzó con el
antisemitismo europeo, que promovió la emigración de los judíos a
Palestina. Comenzó con el nazismo, el genocidio contra los judíos y
la posterior decisión de Europa, con Reino Unido a la cabeza, de
apoyar y fomentar el éxodo judío a Palestina.
Comenzó
cuando el protectorado británico de Palestina miraba hacia otro lado
mientras los judíos se organizaban en bandas armadas que cometieron
atentados terroristas, matando a gente, contra objetivos británicos
y árabes.
En
1947 la ONU, motivada por la responsabilidad y culpa europea del
horror contra los judíos, aprobó un plan de partición que asignó
el 54% de la Palestina del mandato británico a la comunidad judía
(llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los
palestinos. Jerusalén quedaba como enclave internacional.
En
los primeros meses de 1948 las fuerzas armadas judías clandestinas
-escribo judías porque así se autodenominaban, y aún no se había
declarado la independencia de Israel- elaboraron el Plan
Dalet,cuyo
fin era, entre otras cosas, hacerse con el control de la vía que
unía Jerusalén con Tel Aviv, una zona que no figuraba como futuro
territorio israelí en el plan de partición de la ONU. De ese modo
expulsaron a miles de personas y asesinaron a cientos. Es decir, ya
hubo entonces un intento de limpieza étnica.
Después,
cuando los países árabes vecinos declararon la guerra a Israel tras
su nacimiento en mayo de 1948, las fuerzas armadas israelíes
aprovecharon para ocupar más tierras y expulsar a cientos de miles
de palestinos. De ese modo Israel pasó a tener un 78% del territorio
(posteriormente, en 1967 Israel ocuparía el 22% restante: Gaza,
Cisjordania y Jerusalén Este).
Tras
la guerra del 48, muchos palestinos intentaron regresar a sus casas,
pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en
diciembre de 1948 Naciones Unidas aprobó la resolución 194,
incumplida hasta hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada
en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los
refugiados a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones.
Solo
pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como
desplazados, unos 150.000 palestinos, el 15% de la población, que en
1952 accedieron a la ciudadanía. Son los llamados árabes israelíes.
Gaza
Gran
parte de los palestinos de Gaza son refugiados, expulsados o
descendientes de los expulsados en 1948 a través de lo que
constituyó, según historiadores israelíes como Ilan
Pappé,
una limpieza étnica, con el objetivo de levantar un Estado de
mayoría judía. Incluso el historiador israelí sionista Benny
Morris,
ha escrito que “con la suficiente perspectiva resulta evidente que
lo que se produjo en Palestina en 1948 fue una suerte de limpieza
étnica perpetrada por los judíos en las zonas árabes”.
Los
palestinos de Gaza viven hacinados, castigados, limitados. Israel
controla qué productos y personas acceden a la Franja y prohíbe la
entrada de materiales fundamentales. Practica un castigo colectivo.
Esto,
lo que está pasando en Gaza, se inició hace 66 años, cuando se
optó por una concepción de Israel como un Estado judío con mayoría
judía. Para mantener esa mayoría Israel practica la ocupación,
aparta y discrimina a los palestinos y, de vez en cuando, lleva a
cabo operaciones militares que matan a cientos o miles y provocan el
desplazamiento de miles más.
Para
mantener la mayoría judía…
El
Estado israelí, para ser fiel a su autodefinición -Estado judío-
excluye el concepto de ciudadanía universal. Si aceptara como
ciudadanos a los palestinos de Gaza y Cisjordania -territorios que
controla u ocupa- su concepción como Estado judío estaría en
peligro, ya que la población judía dejaría de ser la mayoritaria.
La
elevada natalidad entre los palestinos es una de las preocupaciones
principales de Israel. Lo llaman la cuestión demográfica. Ya hoy
los judíos dentro de la llamada Línea Verde -las fronteras de antes
del 67- conforman el 70% de la población, y se calcula que dentro de
veinte años podrían ser el 50%.
Israel
se opone a la creación de un Estado palestino pero también se niega
a conceder derechos plenos y ciudadanía a los palestinos de Gaza y
Cisjordania, porque si lo hiciera, estaría renunciando a su carácter
judío como Estado. Es decir, a lo que algunos historiadores y
politólogos llaman etnocracia.
Como
subrayaba el israelí Sergio
Yahni,
integrante del Alternative Information Center, en una conversación
que mantuvimos en Jerusalén:
“Israel
solo puede ser un Estado judío si mantiene la supremacía
demográfica o legal de la población judía, pero para ello tiene o
que llevar a cabo una nueva limpieza étnica, como la de 1948, o
practicar la segregación étnica legalizada, es decir, el apartheid.
Mientras Israel no asuma una verdadera transformación democrática,
no viviremos en paz y seguirá la represión”. ( “El
hombre mojado no teme la lluvia”, Ed.Debate, 2009).
La
Ley de Bienes Ausentes
Para
que Israel pudiera ser un Estado judío, el gobierno del primer
ministro David Ben Gurion organizó la recolonización de las tierras
y distribuyó los bienes inmuebles que llamaron “abandonados”.
Para ello se aprobó en 1950 la Ley de los Bienes Ausentes, que
gestionó el traspaso a manos judías de las casas de los palestinos,
no solo de los que se habían ido fuera de las fronteras israelies,
sino también de aquellos que habían sido reubicados dentro del
Estado israelí.
También
se aprobaron otras leyes que prohibieron la venta o transferencia de
tierras para garantizar que no cayeran en manos palestinas, y que
permitían decretar la expropiación de bienes por interés público
o declarar una superficie como “zona militar cerrada”, lo que
impedía a los propietarios de la misma reclamarla como suya. De ese
modo, 64.000 viviendas de palestinos ya habían pasado a manos judías
en 1958.
La
Ley del Retorno
Otra
de las leyes fundamentales y una de las más controvertidas es la Ley
del Retorno, que confirma esa insistencia en el carácter judío del
Estado a través de la concesión de privilegios a los judíos. Esta
ley concede el derecho a la ciudadanía a todos los judíos del
mundo, de los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como de
quienes se conviertan al judaísmo. Sin embargo, no incluye a los
judíos de nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha
denegado la ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo.
La
polémica en torno a esta ley reside en que Israel no permite
regresar a su hogar a los palestinos expulsados ni a sus
descendientes. Pero, por poner un ejemplo, un sueco que se convierta
al judaismo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la
ciudadanía. Además, es probable que pudiera acceder a ayudas
económicas del Estado para financiar estudios o adaptación a su
nuevo hogar.
En
2003 se construyó un escalón más en esta política exclusivista
con la aprobación de la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel, que
indica que los palestinos de Cisjordania o Gaza menores de 35 años y
las palestinas de Cisjordania o Gaza menores de 25 años no podrán
residir en territorio israelí aunque se casen con un/a israelí. Sin
embargo, si cualquier europeo contrae matrimonio con un ciudadano
israelí tendrá derecho tanto a la residencia como a la ciudadanía.
La
ocupación
La
ocupación es la esencia del Estado israelí tal y como se concibe a
sí mismo a día de hoy. Los colonos conforman una especie de
ejército israelí paralelo al oficial, ya que ejercen una función
paramilitar, la de invadir y ocupar, motivados por razones políticas,
religiosas y también económicas, ya que el Estado concede préstamos
y subvenciones a aquellos judíos que se instalan en la tierra de los
palestinos.
En
el territorio palestino de Cisjordania viven 450.000 colonos judíos,
con una población total de más de dos millones de habitantes. Las
colonias judías consumen un promedio de 620 metros cúbicos de agua
por persona al año frente a los menos de 100 metros cúbicos de los
palestinos. Esto sucede porque los asentamientos se apropian de parte
de los acuíferos y de las áreas con más reservas.
Los
colonos pueden llevar armas. Además, sus asentamientos están
protegidos por el Ejército israelí, que de este modo legitima la
ocupación. Es el propio Estado el que administra los terrenos de
Cisjordania.
A
través de las colonias, Cisjordania se ha convertido en una zona
acantonada, sin continuidad territorial, donde los pueblos y ciudades
están desconectados entre sí, convertidos en islotes rodeados por
controles militares israelíes.
Exclusión
y discriminación
Para
controlar a la población palestina, Israel limita sus movimientos,
lleva a cabo arrestos arbitrarios, aplica la llamada ley de detención
administrativa, que permite mantener encarcelado a un palestino sin
cargos ni juicio hasta al menos dos años, impide a los palestinos
salir de su localidad o les obliga a esperar horas para hacerlo, les
niega servicios públicos fundamentales, les prohibe construir
viviendas y de hecho destruye algunas de sus casas, con la excusa de
que no cuentan con permisos de construcción que se les deniegan de
forma sistemática.
En
la práctica aplica un apartheid y se guía por la ley del talión.
Si alguien mata a un israelí, es el propio Estado el que se encarga
de la venganza, derribando la casa de la familia del presunto
culpable, torturándole a él, a sus amigos o familiares, o
impulsando una ofensiva militar en su barrio o en otro, como la
actual contra Gaza. Al contrario de lo que debería ser la actuación
de un Estado democrático, Israel opta por la venganza en vez de por
la vía judicial.
El
precio de la paz
Ante
ello, Estados Unidos o la Unión Europea se limitan a murmurar con
tibias condenas que son simple tinta sobre papel, porque mientras las
emiten, mantienen a Israel como socio comercial preferente, le venden
armas, le brindan apoyo diplomático y estratégico. Nuestros
gobiernos son corresponsables -desde hace décadas- del destino de
palestinos e israelíes.
Como
me dijo Rami
Elhanan,
israelí que perdió a su hija en un atentado de Hamás, los judíos
que apuestan por excluir a los palestinos se excluyen a sí mismos,
“están volviendo al gueto. La solución está encima de la mesa,
pero solo llegará cuando Israel se dé cuenta de que el precio de no
tener paz es más elevado que el de tenerla”.
Este
año Hamás y Al Fatah anunciaron su reconciliación y un acuerdo
incipiente para un gobierno de unidad nacional. Las autoridades
palestinas han hablado incluso de estar dispuestas a recurrir a la
vía judicial para denunciar a Israel en tribunales internacionales.
Ante ello, la respuesta de Tel Aviv ha sido más mano dura. No quiere
al pueblo palestino unido, porque eso también amenaza el carácter
judío de su Estado.
La
radicalización está llegando a tal punto que han brotado nuevos
grupos extremistas israelíes que atacan a los manifestantes
israelíes que salen a la calle para pedir paz y libertad para
Palestina.
En
su ansia por querer más, Israel sigue renunciando a un acuerdo más
que beneficioso para él, por el cual los palestinos tendrían un
Estado con tan solo el 22% de la Palestina inicial, lo que supondría
ordenar la salida de Cisjordania de los 450.000 colonos judíos, algo
a lo que Tel Aviv no está dispuesto, al menos hasta ahora.
De
todo esto va lo que ocurre estos días en Palestina, en Gaza, en
Cisjordania.
Otro
Israel es posible
Cada
día que pasa los palestinos son reducidos a números o al olvido,
recubiertos por esa perversa sospecha que persigue a tantas víctimas,
y que susurra “algo habrán hecho”, “algo habrán hecho”,
porque resulta increíble que los crímenes se cometan con tanta
impunidad. La entidad que se erige a sí misma como árbitro moral
para decidir qué debería ocurrir y qué no en Palestina es la misma
que robó y sigue robando la tierra de otros.
No
hay solución militar posible porque a pesar de todo, a pesar de lo
que dijera Golda
Meir en
1969, Palestina y los palestinos existen. La única solución pasa
por poner fin a la ocupación, a los asentamientos, a la exclusión.
El racismo, según el semiólogo Walter
Mignolo,
es la decisión de aquellos que están en el poder de clasificar y
evaluar el grado de humanidad de los otros con el objetivo de
controlar y dominar.
Dicho
en palabras de la académica israelí Nurit
Peled,
“el Estado de Israel, que se declaró oficialmente un Estado de
apartheid, se distingue por lo que ha sido siempre el método del
racismo más típico y exitoso: la clasificación de los seres
humanos”.
Otro
Israel es posible, al igual que otra Sudáfrica fue posible.
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